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sábado, 26 de abril de 2014

0 Angel y sirena

El Ángel Superior, de aspecto anciano, esperó a Hanael a las puertas del cielo, le había visto escaparse unas horas antes y sabía bien a dónde.
- ¡Una sirena! ¡Uno de mis ángeles enamorado de una sirena! Las criaturas más lascivas del universo. ¡Y tú has sucumbido a su tentación! ¿Qué hice mal contigo?
- Te equivocas completamente, no son así, al menos no mi sirena, ella es dulce y tierna. Esa es solo la imagen que nos han vendido de ellas.
- ¿¡Vendido!? ¡Esto es el paraiso! La verdad absoluta. La felicidad. Aquí no venden nada, no somos como esos sucios humanos colmados de mentiras y enredos, hijo. ¿Y cómo que tu sirena?
- Sí, has oido bien. Mi sirena. Jamás dejaré de verla y mucho menos de amarla.
- Sabes lo que ocurre a los ángeles como tú, ¿verdad?
El Ángel Superior se fue con solo una palabra en sus labios:
- Desterradle.
Quienes aparecieron después, no parecían ángeles, sus alas eran negras y su tamaño desmesurado.
Ataron al angel y lo llevaron a un lugar apartado, el suelo estaba cubierto de plumas, y las plumas cubiertas de sangre.
- ¡No! ¿No os bastaba con desterrarme? - gritaba Hanael mientras los angeles negros le conducían a una especie de gillotina.
- Son ordenes del Superior. Limítate a quedarte quieto.
- ¡No! ¿Como la veré entonces?
- Esa es la idea, hijo mio -dijo seriamente el Superior contemplando la escena- Cualquiera puede pecar, Hanael, pero todo medio es poco para no recaer.
- ¡No! ¡Soltadme!
Los angeles le situaron con la espalda pegada a la guillotina y colocaron bien las alas, de forma que no pudiera sacarlas.
Él forcejeaba y gruñia de dolor.
- Cuando usted quiera, Superior -dijo uno de los angeles negros.
- Es suficiente -respondió él y dejaron caer la pesada cuchilla.
Un grito descomunal brotó de su garganta.
Apareció allí lucifer.
- Huelo una ofrenda, ¿me engaña mi olfato?
- Para nada, viejo amigo. Llévate este alma descarriada.
- ¿Este muchacho? ¿Bromeais? -agarró por la barbilla la cara del ángel, que aun estaba atado- ¿pero habéis visto que cara de bonachón? ¿Cuál es su pecado?
- Lujuria. Cedió a la tentación de las sirenas.
Lucifer rió estrepitosamente.
- Mayores pecados has cometido tú. Cualquier excusa es buena para tirar las sobras. Aquí no saben disfrutar la vida, chico. Estarás mejor conmigo -agarró a Hanael del pelo y se desvanecieron-.
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En una roca en medio del mar, un ángel abraza a una sirena.
Las mejillas de la sirena brillaban bajo el sol del atardecer, mojadas de agua salada, que sus ojos derramaban.
- No podrás venir a verme a escondidas eternamente, Hanael.
- Ligia, te prometí que no pasaría un día sin verte desde el día que nos vimos por primera vez en esta misma roca. Hasta ahora lo he cumplido y siempre lo haré, pase lo que pase.
Hacía ya dos semanas que tuvieron esa conversación, y él no había vuelto más, a pesar de que Ligia le esperó siempre a la misma hora, en la misma roca, hasta caer la noche.
Pero ese día, cuando el sol se puso, se adentro en lo más profundo del mar en busca de Morga, la hechicera, tan  seductora como peligrosa.
- ¡Oh, pequeña! ¿Qué haces tú en un lugar como este?
- Quiero hablar con Lucifer.
- Que rotunda -escupió sorprendida la hechicera- Poco sabe Lucifer que yo no sepa, querida. Tú dime en que puedo ayudarte.
- Quiero saber si se ha llevado a alguien.
- Claro que se ha llevado a alguien, cada día se lleva gente, el mundo esta lleno de pecadores.
- Me refiero a alguien concreto, a... un ángel.
- ¿Un ángel? -se rió- Esto si que no me lo esperaba. ¿Y por que querría mi amigo Lucifer llevarse a un ángel?
- Incumplió las normas del cielo y es posible que le desterraran. Eso, o decidió no volver a verme.
- Está bien, averiguaremos si esta en el infierno, pero ¿qué harás si está allí?
- Buscarle.
- El infierno es inmenso.
- Le encontraré aunque tenga que nadar en rios de lava.
- A veces el amor nos cobra precios muy altos, en este caso el precio es tu vida, y no tendría vuelta atrás.
Y también las hechiceras cobramos precios muy altos, ¿te habían informado?
La sirena se quitó un collar con un pequeño frasco y se lo ofreció.
- Él me regaló eso, me dijo que era preciado por muchos y muy valioso.
- Me aventuro a decir que son lágrimas de ángel.
- Así es.
- Extremadamente valiosas. Útiles para muchas pociones e imposibles de conseguir. Oh querida, me acabas de hacer muy feliz, hablarás con Lucifer.
Pero cuando el no viene solito, solo hay una forma de invocarle.
- Haré lo que sea.
- El pecado mortal.
- ¿Suicidio? ¿Y si Hanael no está con él?
- ¿Acaso tienes otra forma de descubrirlo?
- No...
- Toma este puñal, querida. Y hazlo aquí -dijo tocándole el pecho-
Vamos, linda, por tu amor.
- No puedo -sollozó Ligia- ¿No hay otra forma? ¿No puedes clavarmelo tú?
- Entonces no sería tuyo el pecado y yo no tengo prisa por llegar al infierno -sonrió-.
Ligia cogió aire, cerró los ojos, tomó impulso... y al abrirlos vió un ser rojo vestido de negro. Prendido en llamas. Estaba en el infierno. Sentía su cola y su pelo totalmente secos por primera vez.
El ser rojo se le acercó.
- Sí. Está aquí. Pero no quiere verte. dice  que perdió esto por tu culpa -le tiró sus alas cortadas y ella se llevó las manos a la cara.
- ¡No es cierto, no son suyas! ¡Dime que estás mintiendo" Quiero verle, y si es cierto, disculparme.
Lucifer echó las alas al fuego de una patada.
- Como puedes ver, te estás deshidratando -chasqueó los dedos y dónde hubo fuego, ahora había agua. Si consigues encontrarle sin meterte en una sola charca, pasareis la eternidad juntos. Si se te ocurre meter una sola escama en una charca, me encargaré de que no os volvais a ver. Y sea como sea, pase lo que pase, nunca olvides que ya, estás en el infierno.
Tras tres días de incesante búsqueda, encontró a Hanael, que aún seguía atado. Se arrastró hacia él tan rapido como pudo y soltó sus cuerdas. El ángel cayo como el plomo sobre la sirena.
El agua volvió a ser fuego, salvo una pequeña charca. Hanael tomó en brazos  y, a zancadas, se acercó a meterla allí.
El cuerpo de Ligia estaba lleno de magulladuras por los tres dias que habia pasado arrastrandose, y sus labios de estaban agrieteados por la falta de agua lo que le curó casi inmediatamente con un beso.
Se abrazaron.
- Tus alas...
- Shh... nada importa, estamos juntos, para siempre. Ahora descansa.


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