De la repulsión pasó al pánico; la gente revela sus pensamientos con la mirada, pero una mirada vacía no revela nada, nunca sabía lo que podía estar ocultando. Así que empecé a llevar encima algo con lo que defenderme por si ocurriera algo. Sí, ocurriría algo, sus ojos no podían esconder nada bueno.
Entonces empezaron las pesadillas, entre ellas había una recurrente en la que yo huía y ella me perseguía con los ojos cerrados, y cuando creía estar a salvo, sus ojos se abrían justo frente a los míos.
<<Maldita sea, esto tiene que acabar.>> pensé una de las veces al despertar sobresaltado.
Cogí el cuchillo que guardaba bajo mi almohada y me acerqué lentamente a su dormitorio, la destape con cuidado.
Me arrepentí de momento al verla así, dormida, tan frágil...
<<Pobre abuela.>>
Empezó a moverse, la había despertado, se giro y sus ojos se clavaron en los míos, toda la rabia volvió en un instante.
¡Una! ¡Dos! ¡Tres! ¡Cuatro!
Perdí la cuenta de las puñaladas que le aseste.
Desde entonces no solo no puedo comer, tampoco puedo dormir, sus ojos blancos me miran desde los pies de mi cama, ahora con lágrimas rojas brotando de ellos.
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© 2013 Mel Köiv Todos los derechos reservados
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