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miércoles, 5 de noviembre de 2014

1 Tiempo perdido

Me encantaría saber quien ha hecho esa foto.
Sinceramente al mirarla me veo a mí, a mi con... ¿7 años? ¿11? No se, todos los niños me parecen iguales.
¿No es preciosa? A mí al menos me lo parece. Al igual que yo lo era, pero entonces no tenía ni idea.
Yo tenía el mismo pelo, el mismo cuerpo y, ¿como olvidarlo?, la misma barriga.
La recuerdo perfectamente, no me gustaba nada de mí, pero aun menos esa asquerosa bola de grasa que tenía por epicentro, el sol de mi vía láctea. Enorme, redonda y captando miradas.
Y ahora veo esta foto. Realmente era como ella, cuando me sentaba, mi barriga también se dividía  exactactamente en tres.
Y evidentemente no la veo fea, no la veo gorda, su barriguilla me parece una hermosura y a la par graciosa.
No se cuantas veces sostuve mi barriga entre mis manos pensando que cantidad de carne sobraba, no se cuantas veces se me pasó por la cabeza incluso cortarla "¿Qué más da? si lo hago al médico no le quedaría mas remedio que coserla, hasta podría pedirle de paso que si puede sacarme mas grasa, ya que esta abierta".
Sí, pensaba eso. Creo que lo pensaba cada día de mi maldita existencia.
Si hubiera algo en mi mano que pudiera hacer para recuperar todos aquellos días...
El pasado no vuelve, todos lo sabemos, pero los niños no nos paramos a pensar en eso, no meditamos, no reflexionamos, tampoco sabemos el mundo que hay haya afuera, lejos de los insultos de los compañeros. Solo sabemos lo que vemos y nos rodea.
Y si lo que te rodea es odio y asco a tu cuerpo, piensas que debe haber un motivo, te lo crees y, años después, descubres que has pasado tu vida estando muerta por dentro.




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© 2014 Mel Köiv. Todos los derechos reservados.
 

1 comentarios:

  1. Querida Mel, me has dejado tocadísima... Sí que es preciosa, como tú lo fuiste, como lo son todos los niños, como tú lo eres, como lo somos todas las personas. Es realmente difícil, duro, reconocer que siendo niñas tuvimos una mirada tan exigente hacia nosotras mismas, una mirada que con la madurez de los años se dulcifica, porque se vuelve realista, porque aleja los comentarios, las burlas y todo aquello que nos hacía daño. Aquello que nos hacía daño, aquello de lo que consiguieron convencernos: era culpa nuestra, el problema era nuestro. Y así nos castigamos, nos atormentamos incluso más de lo que nos castigan y atormentan ya de por sí el resto del mundo, que es la clase, que es el colegio, porque ese es el mundo de un niño de 7 o de 11 años. Ese es el mundo, además, porque en esos momentos no sabemos mirar hacia el futuro ni hacia el pasado, sólo vemos lo que nos dicen cada día, cada maldito día: hay algo en nuestro cuerpo que no está bien. Nos matan, es cierto. Nos matan por dentro y a veces por fuera, pero también resurgimos, también sobrevivimos. Y esa niña que se sentía sola, triste, gorda y fea, se mira en el espejo, en la fotografía, y descubre que era preciosa, que nada de lo que le decían tenía sentido, aunque en aquellos momentos lo creyera hasta la última coma. Y se sobrevive, porque se sigue adelante, y se alejan esas personas, se alejan esos insultos y se quedan los fantasmas. Se sobrevive, porque aprendemos a convivir con esos fantasmas, a veces amigos y a veces enemigos. Se sobrevive, porque siempre llega el momento, más tarde o más temprano, en el que nos enfrentamos a ellos. Y siempre, más tarde o más temprano, llega la victoria.
    Impresionante lo que has escrito Mel. Me has tocado de una manera que ni te imaginas. La imagen y el texto. De verdad. Impresiona, y duele, porque es real... Gracias por permitirme leerte.
    Un abrazo fuerte y grande.

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