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lunes, 1 de julio de 2013

0 Brujas

Su sudor y sus lágrimas se confundían sobre su rostro con la afilada lluvia mientras corría a través del bosque. Su piel estaba arañada por los azotes procedentes de las ramas en su huida, pero eso no bastaba para detenerla, jamás había pasado tanto miedo en su vida, no sabía que había sido aquello, pero no había que ser muy listo para saber que nada bueno.
Aunque a cada paso que diera estuviera mas lejos del origen de su ataque de pánico, se sentía cada vez más atrapada en una trampa, sentía que las risas y murmullos la rodeaban sin darle la más mínima oportunidad de escapar.
Su cabeza empezó a dar vueltas, todo a su alrededor las daba, mientras notaba como media docena de rostros se acercaban hacia ella con ojos llenos de deseo, sed, lujuria y otras ansias que no llegaba a distinguir.
Cuando recuperó la conciencia se encontraba atada de pies y manos, amordazada, con los ojos vendados y colgada por los pies. A su cabeza le llagaba un calor agobiante y ardiente, a sus oídos un sonido burbujeante.
Intentó zafarse sin éxito y alguien le quitó la venda que cubría sus ojos, el resto reían de forma inquietante.
- Buenas noches preciosa - le dijo una anciana.
Distinguió por primera vez a las seis ancianas que creyó ver sobrevolar el lugar donde acampaba.
Al descubrir sus ojos se percató del origen de aquel calor que producía un sonido burbujeante, con dificultad por su posición, vio vagamente que se trataba de un caldero colocado bajo ella, a no mucha distancia.
Intentó gritar pero la mordaza se lo impedía.
- ¿Creéis que le falta lengua a este brebaje, hermanas? - Pregunto otra de las ancianas dándole a entender a Lizz que le convenía más permanecer en silencio.
Una tercera anciana se acercó a Lizz con un puñal.
-Con lengua o sin ella necesitamos su sangre.
Le acercó el puñal a su pecho y siguió toda su curva lateral.
Los ojos de Lizz se desorbitaron y la sangre recorrió su camino desde el pecho hasta el caldero, bajando lentamente por su hombro y derramándose gota a gota.

Cada una de las brujas vertió también una gota de su propia sangre, pero estas lo echaron en un caldero de mayor tamaño, en el cual echaron también un mechón de sus grises cabellos cada una.
También a la joven le arrancaron cabellos para echarlos en el caldero que le correspondía.
Las seis ancianas se acercaron a Lizz con las manos alzadas hacia ella, entonces comenzaron a acariciar todo su cuerpo, desde la punta de los pies hasta su sudorosa frente  llenaron de caricias y besos cada una de las partes de su desnudo cuerpo. De repente las manos, antes rugosas, eran afiladas y las caricias se convertían en cortes. Los besos en salvajes mordiscos somo si de leones se tratase.
Ni la mordaza consiguió ahogar los gritos de la chica, que resonaban en el silencio del bosque.
Su sangre y sus lágrimas caían a borbotones al caldero que cada vez hervía más intensamente.
Las ancianas pararon en seco y pararon a observar el maltratado cuerpo de aquella chica que una vez fue hermosa. Ahora lucía rojeces y moretones, cortes y señales de dientes, era difícil encontrar un solo poro que conservara el pálido color de su piel.
Allí la dejaron desangrándose, llorando, gritando y sacudiéndose mientras ellas echaban más cosas a cada uno de los calderos.

Pasadas unas horas desataron a la chica y la arrastraron al caldero grande, el cual ya no hervía, pero aun estaba caliente, la metieron dentro sin que sus débiles intentos por evitarlo lograran impedirlo, la dejaron allí y se dirigieron al caldero pequeño, entre las seis ancianas bebieron el brebaje que contenía la sangre de Lizbeth y volvieron a donde ella se encontraba.
- Abre la boca, linda - Le dijo una cuarta anciana con enfermizo tono cariñoso.
Lizz negó con la cabeza lentamente, sin fuerza para abrir sus ojos.
Las ancianas rieron.
Una le sujeto la cara, otra le abrió la boca y otra cogió una gran cuchara de madera para hacerle beber el brebaje que la estaba bañando.
La joven escupió la primera cucharada y otra anciana la sujetó fuerte del pelo.
Así le hicieron tragar hasta la última gota del caldero.
Por cada sorbo que bebía su cabello se volvía canoso y su piel perdía elasticidad, pero a las brujas se les oscurecía el pelo, sus arrugas se tensaban; sus rugosas y chirriantes voces se volvían dulces y melodiosas y, para cuando acabó de tragar, solo quedaba el cadáver de una anciana rodeada de seis hermosas jóvenes.


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