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martes, 4 de diciembre de 2012

0 Con la mirada fija

Sólo tengo una duda, la cual no sé si quiero que sea respondida, ¿que por qué no lo sé? Bueno, no tendría mucho sentido en estos momentos, creo. O quizás sí, en cuyo caso merecería la pena escuchar la respuesta. Estos últimos meses se me han hecho eternos, cuando lo mejor para mí, y para todos los que han tenido la suficiente paciencia para aguantarme hasta hartarse, hubiera sido que se me pasaran volando. Quizás así no hubiera pasado esto. Quizás ahora estaría jugando a cualquier absurdo juego en el ordenador como solía hacer, o dibujando, o hablando con cualquier amigo o amiga, o… vete tú a saber. Pero no, no estoy haciendo nada de eso. Estoy en el suelo de mi habitación con la espalda apoyada en la pared y con la mirada fija. Por un momento he desviado la mirada y he observado con detenimiento mi cuarto. Mi armario, el escritorio con mi ordenador, las estanterías llenas de libros, mi cama, el balón de básquet, la torre de discos… hay algo que no está en su sitio, o mejor dicho, hay algunas cosas que no están en su sitio. No sé cómo, pero las veo, están debajo de mi cama, dentro de una caja que me esforcé en cerrarla bien. Ahí dentro está todo lo que me recordaba a ella, sus fotos, una carta que me escribió, la pulsera… si no me hiciera tanta falta hubiera guardado también el móvil. Ya hace, más o menos, cinco meses. Cinco meses en los que he sufrido lo que nunca había imaginado, en los que la he echado tantísimo de menos que no he conseguido dormir dos horas seguidas, he pasados terribles pesadillas en las que la veía alejándose cada vez más de mí mientras yo corría hacia ella sin avanzar nada… Mares, océanos enteros han surgido de mi llanto… Anoche derramé la última lágrima que correría por mi mejilla en su honor, anoche susurré por última vez su nombre en la oscuridad anhelando que me respondiera “He vuelto”, ¡anoche fue la primera vez que la odié!, ¡la odié por todo el tiempo que me ha robado!, ¡la odié porque me ha olvidado!, ¡la odié porque no tengo un solo segundo de mi tiempo en que no recuerde sus besos, sus caricias y sus abrazos…!, la odié y la odio, sí… ¡¡la odio porque la amo!!, ¡¡por su culpa estoy ahora en esta situación y aun así la amo!!, ¡¡no se da cuenta de cómo ha jugado con mis sentimientos y aun así la amo!!, ¡¡los celos me matan cuando me habla del otro y aun así la amo!!, a pesar de todo la amo pero sólo tengo una duda, ¿es posible que hiciera algo para desencadenar todo esto?, ¿dije algo mal?, ¿qué hice mal?, a fin de cuentas ¿habrá sido culpa mía? Como dije, ahora no tiene demasiado sentido responderme. He vuelto la mirada hacia donde la tenía antes y he cerrado los ojos. Escucho. El crujido de una cuerda es el único sonido que se aprecia, pero algo ha roto este silencio. La puerta se ha abierto y de ella ha emergido una figura que ha soltado un grito en cuanto ha entrado en la habitación. A todo correr se ha abalanzado a izar el cuerpo que yace colgado de una soga en la mitad de la habitación con la esperanza de que aún pueda estar vivo, pero es inútil. Grita mi nombre entre sollozos cuando ha conseguido descolgarme y me abraza como rara vez lo había hecho. Por fin, por fin es posible que me eche algo de menos y sin embargo ya sólo soy una presencia que nadie puede ver en la habitación y que es testigo de todo. Mi cuerpo inerte descansa por fin con un papel bien agarrado en la mano donde pone “¿Por qué te amo?”

Victor M.V.


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