Silencio.
Tu y yo.
Tu mirada y la mía.
Sin decirnos nada nos lo estamos diciendo todo en esta batalla en la que cada uno lucha por no ser el primer estúpido en abrir la boca y decir lo que ambos estamos pensando.
En nuestros platos, el ultimo bocado, troceado mil veces como excusa para alargar este momento, se enfría. Mientras que el vino, con el que nos limitamos a humedecernos los labios con la misma intención, cada vez está más caliente.
Cada uno de nuestros movimientos es sumamente lento. La tensión es palpable, no solo se podría cortar con un cuchillo, bastaría con darle un toquecito con el dedo para que se rompiera como un cristal.
Tu pierna se desliza entre las mías bajo la mesa.
Dios, no, no hagas eso. No me lo pongas aun más difícil.
Me guiñas un ojo. Se exactamente lo que pretendes, algo que no es fácil de decir con palabras, que siempre evitamos demostrar que queremos que suceda. Por quedar bien, por fingir que somos personas serias y enteras.
Sabes que yo quiero lo mismo, por eso me haces esto. Valiente hija de... sí, tú si que sabes controlarme y conseguir lo que quieras de mí. Paseas tu suave lengua por tus labios, que hoy lucen el color del rubí. Sabes exactamente como llevarme a ese punto en el que no puedo negarte nada...
Y te vuelvo a mirar, con ojos de cordero degollado, suplicando que pares esta lenta tortura.
Tú te limitas a tirarme un beso, coges tu bolso y te vas hacia el baño.
Mientras tanto te imagino ante el espejo; perfeccionando tu carmín, sonrojando tus mejillas con ese maquillaje que usas a pesar de no necesitarlo... arreglándote las pestañas con tu boca entreabierta, amo tu boca así, es tan sugerente.
Tus andares de "femme fatale" me sacan de mi ensoñación mientras te acercas hacia mí.
- Joder, Manolo, ¿que más tengo que hacer para que pagues la cuenta?
Tu y yo.
Tu mirada y la mía.
Sin decirnos nada nos lo estamos diciendo todo en esta batalla en la que cada uno lucha por no ser el primer estúpido en abrir la boca y decir lo que ambos estamos pensando.
En nuestros platos, el ultimo bocado, troceado mil veces como excusa para alargar este momento, se enfría. Mientras que el vino, con el que nos limitamos a humedecernos los labios con la misma intención, cada vez está más caliente.
Cada uno de nuestros movimientos es sumamente lento. La tensión es palpable, no solo se podría cortar con un cuchillo, bastaría con darle un toquecito con el dedo para que se rompiera como un cristal.
Tu pierna se desliza entre las mías bajo la mesa.
Dios, no, no hagas eso. No me lo pongas aun más difícil.
Me guiñas un ojo. Se exactamente lo que pretendes, algo que no es fácil de decir con palabras, que siempre evitamos demostrar que queremos que suceda. Por quedar bien, por fingir que somos personas serias y enteras.
Sabes que yo quiero lo mismo, por eso me haces esto. Valiente hija de... sí, tú si que sabes controlarme y conseguir lo que quieras de mí. Paseas tu suave lengua por tus labios, que hoy lucen el color del rubí. Sabes exactamente como llevarme a ese punto en el que no puedo negarte nada...
Y te vuelvo a mirar, con ojos de cordero degollado, suplicando que pares esta lenta tortura.
Tú te limitas a tirarme un beso, coges tu bolso y te vas hacia el baño.
Mientras tanto te imagino ante el espejo; perfeccionando tu carmín, sonrojando tus mejillas con ese maquillaje que usas a pesar de no necesitarlo... arreglándote las pestañas con tu boca entreabierta, amo tu boca así, es tan sugerente.
Tus andares de "femme fatale" me sacan de mi ensoñación mientras te acercas hacia mí.
- Joder, Manolo, ¿que más tengo que hacer para que pagues la cuenta?
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